En algún rincón del Cáucaso, entre colinas cubiertas de viñedos y pueblos de nombres que suenan a leyenda, se encuentra el país que muchos consideran la cuna del vino: Georgia. Esta pequeña nación, ubicada entre Europa del Este y Asia Occidental, no solo ostenta una tradición vinícola milenaria, sino que ofrece una mirada viva a los orígenes mismos del vino moderno tal como lo conocemos.
Aunque durante años diversas regiones se disputaron el título de pioneras en la elaboración del vino, descubrimientos arqueológicos recientes han puesto a Georgia en el centro de esta narrativa. En 2017, un equipo internacional de arqueólogos encontró fragmentos de cerámica de hace más de 8,000 años en los sitios neolíticos de Gadachrili Gora y Shulaveris Gora. Estos vestigios contenían residuos de ácido tartárico, un marcador químico del vino. Así, se confirmó que ya en el 6000 a.C., los antiguos habitantes de esta región cultivaban vides y fermentaban uvas, mucho antes de que se hiciera en otras partes del mundo.
Lo verdaderamente fascinante no es solo la antigüedad de estas prácticas, sino su continuidad. En Georgia, la elaboración del vino ha sido una tradición ininterrumpida, transmitida de generación en generación. Aún hoy, muchas familias georgianas producen vino de manera artesanal utilizando el método ancestral del qvevri: grandes ánforas de barro enterradas bajo tierra, donde el mosto fermenta y envejece en contacto con sus pieles, pepitas y tallos. Esta técnica, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, no solo preserva un método milenario, sino que imprime al vino una estructura, textura y personalidad únicas.
La historia del vino es inseparable de la historia humana. El acto de fermentar uvas no era solo una forma de conservar frutas: era un rito, una expresión de hospitalidad, un lazo entre comunidades. En Georgia, la figura del tamada —el maestro de brindis en los banquetes tradicionales— sigue siendo símbolo del poder social y poético del vino, vehículo de memoria y celebración.
Hablar de Georgia como origen del vino moderno no es solo una afirmación arqueológica; es también una invitación a redescubrir el vino como un puente entre tiempos y culturas. Desde las cuevas prehistóricas del Cáucaso hasta las copas de cristal en nuestras mesas contemporáneas, el vino sigue siendo un lenguaje universal que nos conecta con algo profundo y compartido.
En Xibaria, celebramos este legado. Al brindar por el presente, alzamos también nuestras copas por aquellos primeros viticultores que, hace miles de años, descubrieron en la uva algo más que una fruta: descubrieron una experiencia